Raisie

La Reina de las Nieves

En un lejano lugar un travieso genio, con ganas de divertirse, fabricó un espejo que poseía la cualidad de empequeñecer lo bueno y resaltar lo malo de cualquier objeto que se reflejase en él, deformando incluso los pensamientos de quienes lo utilizaban.

Un día el espejo se rompió en millones de pedazos tan diminutos como el polvo, que se desperdigaron por todo el mundo metiéndose en los ojos de las personas. En una gran ciudad vivían felices Kay y Gerda, que a pesar de ser sólo vecinos se querían como hermanos. Un día, mientras jugaban, Kay notó que se le introducía algo en el ojo, sintiendo a continuación una punzada en el corazón, y comenzó a ver lo peor de lo que le rodeaba, comportándose injustamente con todos, incluso con Gerda. Ese invierno cuando jugaba con el resto de muchachos atando su trineo a cualquier carro que pasase, para así aumentar su velocidad, contempló un enorme trineo blanco al que se atrevió a atar el suyo, siendo arrastrado fuera de la ciudad a terrenos cada vez más fríos y distantes. El trineo era de la Reina de las Nieves que besó en la frente al muchacho penetrando el frío en el cuerpo del chico y olvidando todo lo que había conocido hasta entonces. Lejos de allí, su familia no lograba encontrarle y pasado un tiempo pensaron que se había ahogado en el río.

La pequeña Gerda preguntó al sol, a los pájaros y finalmente se acercó al río ofreciéndole sus zapatos nuevos, su bien más preciado, a cambio de que le devolviese a Kay. Los zapatos fueron devueltos a la orilla y la niña se subió a una barca para arrojarlos más lejos. Sin embargo, la corriente era demasiado fuerte y se vio arrastrada río abajo hasta llegar a una casa habitada por una anciana. La anciana que deseaba tener una hija utilizó la magia para hacer olvidar a Gerda el motivo que la había llevado hasta allí. Pasó el tiempo, y un día que la niña jugaba en el jardín encantado de la anciana descubrió un rosal, que le recordó a Kay, dándose cuenta de lo que había pasado y partiendo en busca de su amigo. A unos pasos de allí conoció a un cuervo, le contó su historia, y este le dijo que tal vez su amigo fuese el desconocido que se había casado con la princesa del lugar. Alentada por la esperanza llegó hasta el castillo pero el príncipe no era Kay. Enternecidos por la narración los príncipes le regalaron un hermoso carro de oro tirado por un espléndido caballo para poder continuar su búsqueda con mayor facilidad. Las desgracias de la niña no acabaron allí porque unos bandidos deslumbrados por el fulgor del oro asaltaron el carro llevándola prisionera hasta su campamento. Allí fue obligada a dormir con una de las hijas de los bandidos a la que contó su historia, siendo escuchada a su vez por unas palomas que reconocieron a Kay, indicándole que le habían visto con la Reina de las Nieves en Laponia. Los bandidos tenían un reno conocedor de aquéllas tierras y la niña ayudó a escapar a Gerda en compañía del Reno.

Una vez llegados a Laponia Gerda encontró el castillo de la Reina de las Nieves, fue atacada por un ejército de copos de nieve, pero el vaho que brotaba de sus labios al pronunciar sus oraciones se convirtió en un ejercito de ángeles que derrotaron a sus atacantes. Superado este obstáculo encontró a Kay en un enorme salón. El chico en un principio no la reconoció, pero las lágrimas de Gerda cayeron en su pecho derritiendo el hielo que había en su corazón, brotando también en ese momento las lágrimas en los ojos del muchacho expulsando así el trocito de espejo. Una vez liberado reconoció a la niña, regresando los dos juntos de vuelta a casa.


-Cuento de Hans Christian Andersen.

Jack y las Judías Mágicas

Jack vivía con su madre, que era viuda, en una cabaña del bosque. Como con el tiempo fue empeorando la situación familiar, la madre determinó mandar a Jack a la ciudad, para que allí intentase vender la única vaca que poseían. El niño se puso en camino, llevando atado con una cuerda al animal, y se encontró con un hombre que llevaba un saquito de habichuelas.
-Son maravillosas -explicó aquel hombre-. Si te gustan, te las daré a cambio de la vaca.

Así lo hizo Jack, y volvió muy contento a su casa. Pero la viuda, disgustada al ver la necedad del muchacho, cogió las habichuelas y las arrojó a la calle. Después se puso a llorar.

Cuando se levantó Jack al día siguiente, fue grande su sorpresa al ver que las habichuelas habían crecido tanto durante la noche, que las ramas se perdían de vista. Se puso Jack a trepar por la planta, y sube que sube, llegó a un país desconocido.

Entró en un castillo y vio a un malvado gigante que tenía una gallina que ponía un huevo de oro cada vez que él se lo mandaba. Esperó el niño a que el gigante se durmiera, y tomando la gallina, escapó con ella. Llegó a las ramas de las habichuelas, y descolgándose, tocó el suelo y entró en la cabaña.

La madre se puso muy contenta. Y así fueron vendiendo los huevos de oro, y con su producto vivieron tranquilos mucho tiempo, hasta que la gallina se murió y Jack tuvo que trepar por la planta otra vez, dirigiéndose al castillo del gigante. Se escondió tras una cortina y pudo observar cómo el dueño del castillo iba contando monedas de oro que sacaba de un bolsón de cuero.

En cuanto se durmió el gigante, salió Jack y, recogiendo el talego de oro, echó a correr hacia la planta gigantesca y bajó a su casa. Así la viuda y su hijo tuvieron dinero para ir viviendo mucho tiempo.

Sin embargo, llegó un día en que el bolsón de cuero del dinero quedó completamente vacío. Se cogió Jack por tercera vez a las ramas de la planta, y fue escalándolas hasta llegar a la cima. Entonces vio al ogro guardar en un cajón una cajita que, cada vez que se levantaba la tapa, dejaba caer una moneda de oro.

Cuando el gigante salió de la estancia, cogió el niño la cajita prodigiosa y se la guardó. Desde su escondite vio Jack que el gigante se tumbaba en un sofá, y un arpa, oh maravilla!, tocaba sola, sin que mano alguna pulsara sus cuerdas, una delicada música. El gigante, mientras escuchaba aquella melodía, fue cayendo en el sueño poco a poco.

Apenas le vio así Jack, cogió el arpa y echó a correr. Pero el arpa estaba encantada y, al ser tomada, empezó a gritar:

-¡Eh, señor amo, despierte usted, que me roban!

Se despertó sobresaltado el gigante y empezaron a llegar de nuevo desde la calle los gritos acusadores:

-¡Señor amo, que me roban!

Viendo lo que ocurría, el gigante salió en persecución de Jack. Resonaban a espaldas del niño pasos del gigante, cuando, ya cogido a las ramas empezaba a bajar. Se daba mucha prisa, pero, al mirar hacia la altura, vio que también el gigante descendía hacia él. No había tiempo que perder, y así que gritó Jack a su madre, que estaba en casa preparando la comida:

-¡Madre, tráigame el hacha en seguida, que me persigue el gigante!

Acudió la madre con el hacha, y Jack, de un certero golpe, cortó el tronco de la trágica habichuela. Al caer, el gigante se estrelló, pagando así sus fechorías, y Jack y su madre vivieron felices con el producto de la cajita que, al abrirse, dejaba caer una moneda de oro.